Marta había terminado el bachillerato ese mismo verano con muy buenas notas. Podía elegir la carrera que quisiera o acceder a cualquier ciclo de formación profesional. Pero no encontraba que le interesase especialmente y quería algo que de verdad sintiera que fuese su vocación. Pensaba que lo que escogiese iba a ser lo que haría el resto de su vida. Y, además, no quería que su familia afrontase un gasto en algo que realmente no le satisfacía.
Lo que sí sabía era que ella no servía para un trabajo rutinario donde todos los días fueran iguales. Era una persona muy dinámica, curiosa e inquieta por naturaleza, con don de gentes y espíritu aventurero. Le gustaba conocer gente nueva y le encantaba la idea de viajar y ver mucho mundo. Iba por la calle dándole vueltas a su futuro y se fijó entonces en un anuncio que siempre veía por la ciudad: una escuela de formación de tripulantes de cabina de pasajeros. Enseguida se sintió como cuando por fin encontraba la solución a un ejercicio de matemática. Aquello podía ser el origen de su verdadera vocación.
No se lo pensó. Cambió de camino y se presentó en la escuela del anuncio. Allí le explicaron cómo era la formación, qué necesitaba para entrar y cuáles eran las condiciones de pago. Le gustó la idea de que en 3 meses podía obtener el certificado de Tripulante de Cabina de Pasajeros homologado por la Agencia Estatal de Seguridad Aérea y estar en disposición de acceder a ofertas de empleo de compañías de toda Europa. Preguntó por las condiciones de trabajo y los sueldos que pagaban en el sector y le pareció que cumplían sobradamente sus expectativas, “En seis meses puedo recuperar la inversión del curso con un buena nómina en una compañía”, pensó. Además, le daban también facilidades de pago para hacer frente al curso.
Visitó el simulador donde se impartían los contenidos prácticos, que era prácticamente como estar dentro de un avión. Le llamaron la atención las personas, iban uniformadas con el mismo traje y proyectaban buen rollo entre ellos, mucha camaradería. Les quedaba poco para titularse y estaban cargados de ilusión por empezar a volar. Le hablaron de la carrera profesional y del plan de la escuela para que los alumnos encontraran trabajo, y le informaron de que estaban a punto de abrir una nueva convocatoria. Calculó que en unos 5 meses podía estar volando.
Desde ese momento, todo se precipitó. Fue directamente a su casa y se lo contó a sus padres de forma muy convincente. Se quedaron sorprendidos, su hija nunca había nombrado la posibilidad de ser azafata de vuelo pero la vieron tan segura de sí misma que la acompañaron a la escuela para conocer de primera mano dónde se estaba metiendo. Y lo que vieron también les convenció a ellos: esa misma semana la matricularon y en menos de 15 días estaba empezando el curso.
Iba a clase uniformada diariamente y aprendió la importancia de la buena presencia en la profesión. Se dio cuenta de que la formación era mucho más técnica y compleja de la imagen que ella tenía de la profesión. Tenían que controlar protocolos de seguridad, primeros auxilios, inglés técnico de aviación, atención al cliente… Y tenían que asumir además la responsabilidad sobre el pasaje en cuestiones de seguridad y supervivencia
Los 3 meses pasaron rápido. Pronto estaba en un proceso de selección de una compañía, con toda la seguridad que le había dado una buena formación y unos grandes docentes. La contrataron en esa aerolínea nacional, donde estuvo un año que le sirvió para adquirir experiencia y mejorar su inglés. Surgió entonces la oportunidad de dar el salto a una compañía internacional en la que lleva 2 años, volando principalmente a Asia y Oriente Medio. Disfrutando de una profesión que le salió de un momento de inspiración y que le ofrece todo lo que buscaba en un trabajo: emoción, dinamismo y conocer gente y mundo.
